
Lo primero que tengo que decir de Cuenca es que sus casas colgadas me decepcionaron profundamente. Claro, yo esperaba una espeluznante profusión de viviendas asomándose al abismo, unas doscientas, más o menos. Cuando enfilo el puente para entrar en la parte antigua y veo dos míseras casas, una de ellas convertida en museo de arte moderno, pensé: "claro, "las" casas colgadas, sí, son "casas", no "casa", pero podían decir "las dos casas colgadas de Cuenca" y así ninguno nos llevaríamos a eengaño, ¿no?". Y, para colmo, llovía.

Por lo demás, la parte antigua de la ciudad, muy recoleta, tiene su encanto. Estuve allí una Semana Santa hace ya algunos años y la mala suerte quiso que no coincidiera mi presencia en la ciudad con lo más granao de esos días de cuaresma: la procesión de los borrachos, una celebración en la que los conquenses, muchos de ellos, con una buena curda encima, acompañan a la figura de Cristo al ritmo de tambores y otros instrumentos. Desde entonces, estoy prometiendo volver a Cuenca, sólo para entajarme yo también y acompañar a los locales en tan espléndida celebración (me pregunto qué pensará la Conferencia Episcopal de todo esto). Para más información sobre el tema, visitad
De Cuenca me traje precisamente una botellita de resolí, que es un licor digestivo que todos habéis visto alguna vez porque su recipiente
es precisamente una botella en forma de casa colgada. Es dulzón y con saborcillo a café, muy rico.
Y ya sólo me resta añadir que esta fue la ciudad que vió nacer al insigne y prolífico cantautor y productor musical José Luis Perales del que yo siempre me he preguntado "¿y cómo
es el?"

Y colorin, colorado, este cuento se ha acabado [mierda! estoy perdida, se ha cambiado solo el lenguaje del ordenador y esto es un pc! no se cambiarlo! en un mac, si, pero aqui no, cielos, adios a mi vida bloggera, me voy a llorar un rato y a investigar este misterio otro].
Besotes.
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